El actual presidente del Senado italiano recibió una distinción en la UBA por su lucha contra la Cosa Nostra, que –asegura– en muchos países está enraizada en el poder. Tiene línea directa con el Papa.
El presidente del Senado de Italia, Pietro Grasso, fue distinguido con el título honoris causa esta semana por la Universidad de Buenos Aires. Se lo destacó por su gran trayectoria como juez en su país, donde su avance contra el crimen organizado es un ejemplo. Grasso fue uno de los magistrados que juzgaron a la Cosa Nostra, una megacausa que investigaba a cientos de acusados por múltiples delitos relacionados con la mafia. Entre 2000 y 2004 estuvo a cargo de la Fiscalía Pública de Palermo, donde logró detener a 1.779 delincuentes, siempre vinculados a actividades mafiosas. En su presentación en la Facultad de Ciencias Económicas, Grasso comparó su actividad como juez con su actual cargo como senador, explicó los métodos con los que actúan las organizaciones delictivas y hasta contó anécdotas que su profesión le dejó marcadas a fuego.
Destino.
Grasso recuerda que desde chico, cuando apenas tenía 12 años, ya tenía en claro que quería ser juez. Nacido en Licata, una ciudad al sur de Sicilia –uno de los lugares considerados “cuna” de la mafia–, el magistrado explica que su intención “fue siempre defender la democracia”. Con el paso de los años, entendió que su actividad como fiscal no se reducía a la justicia y la seguridad. “La mafia es un fenómeno humano. La política tiene la tarea de erradicarla”, dice. Y agrega: “La mafia debe ser superflua, no un fenómeno cultural. En el mundo hay muchas organizaciones de la mano de la mafia. La corrupción es un método de poder. Estas organizaciones quieren generar mucho dinero en corto plazo”, dice. Pero también habla de las características culturales y sociales de la mafia: asegura que existe una relación en la que, en una ciudad, aunque la mafia no tenga miles de integrantes, todos tienen o tuvieron algún tipo de relación con ella. “Hubo cambios que adoptaron en los últimos años estas organizaciones: en primer lugar, comenzaron a trabajar en ‘células’ o equipos” de pocas personas que se arman y desarman en cada operación. “Cada uno cumple un rol. Una vez que finaliza el trabajo, se disuelven”, grafica. “Para llevar cocaína a Europa desde América se compone un pequeño equipo. Cuando se entrega el cargamento, se separan. Siempre los jefes se cuidan de no aparecer, por eso caen presas las ‘mulas’. Estas células son conformadas por personas de nacionalidades distintas. Ellos son los que corren mayor riesgo”, enfatiza.
Puertas adentro.
Otra de las grandes preocupaciones de Grasso es el crecimiento de lo que denomina “Estados-mafia”, cuya democracia se ve afectada por organizaciones que invaden con sus delitos. “Las mafias pueden controlar territorios e intervenir económicamente: influyen en la geopolítica”, opina Grasso. “Hay muchas vinculaciones con los intereses políticos, económicos y empresariales. Esto incluye a profesionales, ya sean abogados, médicos o contadores. Hay grupos interesados que acompañan, se apoyan y reciben apoyo de las mafias, que les permiten dominar territorios y tener legitimación. Lejos están de ser ‘los protectores de los vulnerables’”, profundiza el ex magistrado.
Asesor papal.
Cuando el entonces cardenal Jorge Bergoglio escribió su libro Curarse de la corrupción, publicado en 2005 aunque redactado en 1991, contó con la opinión de Grasso, por entonces fiscal nacional antimafia. Y en varias de las ocasiones en las que el Sumo Pontífice hace referencia a la corrupción, critica a las mafias o apunta contra las organizaciones criminales, suele estar presente el presidente del Senado italiano. “La corrupción no es una suma de pecados; son delitos que atentan contra la humanidad misma. Los corruptos dan de comer pan sucio. Eso lo pagan todos, pero principalmente los más humildes. La corrupción se convierte en una lucha para la democracia”, dice Grasso que conversó con el papa Francisco. En este sentido, para el presidente del Senado es importante destacar que el avance de las mafias es más perjudicial para los humildes porque genera pobreza. Incluso, una de las premisas que implementó al frente de la dirección de oficinas anticorrupción fue que todo el dinero que se recuperara cuando se apresara a una mafia sería “devuelto” al pueblo con inversión y obras.
Defender la democracia.
Desde marzo de 2013, Grasso es presidente del Senado italiano. Al asumir, dijo: “Siempre he buscado la verdad y la justicia”. El lunes pasado, en Buenos Aires, repasó que, aunque esté en un puesto legislativo, su tarea es similar a la que desempeñaba como magistrado o fiscal anticorrupción: “Defender la democracia”. Fue reconocido por investigar el crimen organizado. Asimismo, fue asesor de la Comisión Antimafia, así como fiscal nacional. Es autor de una decena de libros y textos relacionados con organizaciones criminales. Como senador, es autor de proyectos que buscan ir contra la corrupción.
Una vida de lucha contra el delito
La vida de Grasso está atravesada por su trabajo denunciando a las mafias y organizaciones delictivas. En Buenos Aires, recordó que en un intervalo de un juicio le consultó a uno de los “informantes” si era posible que la mafia se terminara algún día. “Me contestó que la mafia ya no son sólo los grupos de mafiosos, sino quienes los rodean; sus amigos, conocidos, los que hicieron un favor para agradecer otro favor. En Sicilia las mafias suman unas cinco mil personas, pero en toda la provincia viven cinco millones. El problema es que están muy relacionados”. Tan personal es su relato que incluye uno relacionado con su esposa, profesora de Historia en Sicilia, donde dictaba una materia llamada Educación de Legalidad y enseñaba contenidos relacionados con el delito. Dos de sus alumnos eran de familia mafiosa, y uno de ellos abandonó la escuela antes de recibirse para dedicarse a los “negocios” de su padre, que había sido apresado. Cuando se enteró, la esposa de Grasso le recriminó, en broma: “¿Así que ahora encarcelas a los padres de mis alumnos?”. El otro estudiante fue el caso opuesto: cuando terminó la escuela, se escapó de su casa para evitar el “mandato familiar” que le indicaba que debía convertirse en mafioso. Cuenta Grasso que todos los años les enviaba una carta. En la última misiva que recibieron, les envió una copia de su título de ingeniero, les contó que había conseguido trabajo en un puesto jerárquico en una empresa y les agradeció por ayudarlo a no caer en las redes del delito.
Foto: Perfil